Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar que ya no existe en las rutas de ningún camino, hubo una vez un castillo izado sobre una colina, alrededor del cual un pueblo, tranquilo vivía sus días despreocupados, pues ha mucho que aprendieron que no hay mayor demonio que la preocupación misma.
En el castillo habitaban los reyes y la princesa y toda una corte y toda una cohorte de sirvientes que hacían de sus días una vida regalada.
Era la tal princesa, de un guapo natural, como cabe a las princesas de todos los reinos.
Era la tal princesa de un genio cambiante, como cabe a las princesas de todos los tiempos.
Era la tal princesa proclive a la soltería, como cabe a las princesas de todos los cuentos.
Y era la tal princesa, dada al estudio de severas cosas de tal enjundia, como no cabe a las princesas de todos los cuentos. En esto era particular.
Y tan particular era, que era cosa de admirar lo mucho que la bella sabía sobre cosas de naturaleza tal, que hasta ese día, solo a los estudiosos monjes y los locos druidas competía. Y tal era su sapiencia que más que admirar, pánico miserere producía en el común de las gentes lo que en su hermosa cabecita podía atesorar. Y era tal el pánico que su sapiencia producía, que fue este el motivo de su larga soltería. Y así fue que paso a ocupar las estancias de la torre más alta de la más alta de las almenas del castillo. No porque fuera en motivo castigada, si no porque a mayor altura, más horas de luz, proverbial para el estudio, la princesa aprovechaba.
Y en esas estaban la princesa, los reyes, la corte, los sirvientes, el castillo, la colina y el pueblo mismo, cuando acertó, cierto día, a pasar por el lugar un caballero de brillante armadura, que se allegó al castillo para pedir hospedaje acorde a su natural linaje. Y pues así lo encomienda la cortesía, los reyes tuvieron a bien hospedarle. Encomendados a la cortesía si, pero entreviendo una oportunidad de desposar al fin a la guapa hija, que ya pasaba larga la veintena y para largo parecían condenados a mantenerla. Y es así que mandáronle recado a su estudio de la torres para que se acicalase y se aviniera a cenar con el común de los mortales, en honor del nuevo huésped.
La princesa, en un primer momento, recibió de muy mal grado la noticia, enfrascada, como lo estaba, en un estudio comparado de la construcción de los arcos de medio punto y su transformación a arcos más agudos y la resistencia de los mismos, y esto cuentooslo, oyentes, para que podáis atisbar acaso la enjundia y el alcance de la bella en el estudio de las cosas. Pero pensolo bien, que con el estudio tal, llevaba varias jornadas enfrascada con una mas que regular alimentación y pensó, que quizás, fuera una falta de aporte de vitaminas, hierro y minerales, lo que le hacia estar lenta de mollera. Así que, finalmente dijo que si, que aprestabase a la cena. La presencia de un nuevo caballero a la mesa, bien poco pareció importarle “Al cabo, seguro, otro botarate, de duro músculo, modales de cortesana y viento en la azotea”, se decía así misma la bella.
Y llegó la hora de la cena. Los reyes para agasajar la presencia del caballero y quizás un poco para compensarle ante el previsible fracaso con la bella, habían ordenado disponer un banquete como no se celebró en años y así lucia la sala del comedor, engalanada con ricos faldones, con largos y gruesos cortinajes, con brillantes pendones, con infinidad de antorchas por los rincones y una mesa dispuesta, como si cien hambrientos guerreros, fueran a ocupar su puesto. Y cuando todos los presentes ya ocupan el suyo, al sonar de timbales y trompetas hizo su aparición la princesa, como es de obligado cumplimiento en todo cuento que se precie de serlo. Y todos los presentes estallaron en un “OHHHHH”, admirativo de la belleza del portento. Y no era para menos.
Bajaba la bella princesa los escalones muy comedidamente, consciente del impacto de su belleza entre los presentes, porque, como se decía, “de que sirve ser guapa, sino se deja una ser admirada, aun cuando sea de tanto en tanto. Y así, para la ocasión, habiase la princesa engalanado con sus mejores ropajes, tejidos de finas sedas del oriente por laboriosas monjas de clausura y teñidos por los más hábiles teñidores del sur de todos los mapas. Con diseño de Maese Partagaz, por más señas. Una cosa bonita de ver que era, vamos, dicho llanamente entre nos las gentes vulgares.
Y acercose y tomo asiento la princesa, a la diestra del asiento de los reyes que presidían la mesa. Enfrente, el caballero de la brillante armadura, más brillante si cabe, pues tomo tiempo en lustrarla para la ocasión, deseoso de impactar a la princesa con el temible fulgor de su ancho pecho encorchetado entre latas. Hasta ese día, el truco avíale funcionado y varias eran ya las princesas y plebeyas que rindieronse a sus encantos de forzudo caballero, contado esto para sus adentros, bien es cierto. Lo cierto es que el caballero, en viendo a la bella, para sus adentros se dijo “Esta cae, esta misma noche o yo no soy digno de la armadura que visto, por San Crispín”.
Y los reyes, previo permiso a los sirvientes para ir sirviendo los exquisitos manjares, presentaron el caballero a la princesa.
- Hija, cuenta con nosotros a la mesa, esta noche, el Caballero Gañan de Trotes, de la vecina Normandia, la tierra de los francos, nuestros vecinos...
- Que dista 850 leguas de nuestro reino en dirección Noreste con una latitud que bien os puedo señalar con los ojos cerrados en el mapa, padre, no es necesario, podéis ahorraros los detalles...
Y aquí ya los padres empiezan a temer que dure poco el encuentro. El caballero esta admirando la sapiencia de la dama, y la dama esta pensando “Buen Gañan. Buen Mozo. ¿Tendrán algo mas que viento entre las piernas?”. Pues en verdad la soledad de una princesa, con dotes para la soltería, es harta. Y harta debía estar ya la princesa de su soltería, de la soledad de sus noches y de cierto artilugio de piel que mandose traer de los países de Oriente que gozo dabale infinito, pero no conseguía aplacar su celo. O eso nos tememos.
- Veo que vuestro conocimiento sobre las artes de cartografía es amplio, mi hermosa princesa, ¿acaso mas maravillas pueden encerrase en tan bello rostro?
- Séme también la lista de los reyes godos.
Respondiole la bella con cierto sarcasmo en su voz, mientras piensa “Señor, señor, que no sea un letraherido o tendremos metáforas sin cuento hasta la hora del gallo”. Y el caballero, tan secamente cortado en el cortejo, no acierta más que a cerrar el pico y centrarse por un momento en la degustación de los paladares de la mesa. Y los reyes sueltan un primer suspirito ante las previsibles consecuencias del encuentro. Primer envite y el caballero ya parece que nació sin habla. ¡Jesús!.
- Y contadme caballero. Amen de una hermosa lata y un ancho pecho, ¿qué otros tesoros albergan vuestro cuerpo?.
Aquí atacole la princesa rápida tal, que el caballero, por un momento, quedó en suspenso, mirando a la bella que traviesa le miraba, mientras un muslo de oca, regada con borgoña, se trajinaba a dentelladas, un poco impropias de princesa, pero acorde a la hambre que la azuzaba.
- Bien esta, si os referís hermosa dama, al estudio acometido por este caballero, que puedo presumir de estar versado en las artes de la retórica más avanzada, al estudio de varias lenguas conocidas en todos los reinos, al arte de la monta y la cetrería, al uso de todas las armas que todo noble caballero debe saber y a los rezos oportunos.
- Bien, esta bien, tenéis un hermoso currículo académico, pero decidme, ¿cuántos caballeros han caído por vuestras manos?, ¿cuántos dragones exhalaron por vos su ultimo aliento? Y, lo más importante, ¿Cuántas damas suspiraron ya entre vuestros brazos de acero, caballero Gañan de Trotes?...
Y aquí un gran abrir de ojos del caballero es lo que viene y un suspiro aún más grave de los reyes. Mal, pinta mal el encuentro y rápidamente en suma, acabará el entuerto...
- Princesa, ¿no es desmesura preguntar por estas cosas a un caballero?. Pecaría en orgullo si fuera cantando mis propias alabanzas.
- Eso, en esgrima, seria considerado una hermosa finta y un acertado requiebro para salir del paso, pero con eso a mi que me dais a entender. ¿Que no habéis abatido a un solo caballero? ¿qué no conocisteis jamás a que sabe el aliento de un dragón?, y, lo más importante, ¿qué acaso no sabéis como satisfacer a una dama en el lecho?...
Y el rubor cubre las mejillas del caballero y del resto de los presentes, a tal punto, que el rey interviene.
- Hija, no se si son apropiadas palabras para agasajar a un huésped tan notable.
- Quizás no, padre, pero bien es cierto que si este tal llamado Gañan, pretende cortejarme y quizás prendarme de él, siquiera por esta noche, no es lo menos, que una pobre e indefensa princesa puede hacer, que asegurarse que el caballero bien valga el trofeo.
- Hija, por todos los santos del breviario, mesura tus palabras, que mas pareces tabernera que princesa.
- No te preocupes madre, no pretendo avergonzaros, es tan solo una cuestión de aritmética, física y trigonometría, artes, me temo que el caballero no domina. Vuestra hija tan solo pretende asegurarse que la parte A de una pieza, pueda encajar en la parte B de la otra en buena armonía y sin quebrantar ninguna ley física.
Y, como podéis imaginar, en similar combate transcurrió el resto de la velada. A cada intento del caballero, la princesa respondiale con un rapidez y sagacidad impropia de sus años y su principesco cargo. Más mal que bien, el caballero acabó el encuentro, entre sonrojos, medias palabras y sudores sin cuento, a tal punto que casi agradeció el final de la velada y la hora de retirarse cada uno a su aposento, para descansar un poco los huesos.
Y así, cabizbajos, retiraronse los reyes, seguros una vez más de no desposar princesa alguna. Cabizbajo se retiro el caballero, pensando que al menos, un buen yantar y buen sueño de esta había conseguido y maldiciendo un tanto la lengua afilada de la bella, porque, era una lástima, seguro, desperdiciar un carnal encuentro, por no estar a la altura de su intelecto. La princesa, en cambio se retiró contenta. Había sondeado el talante del caballero y, si bien parecía flaquear en un combate verbal, no era menos cierto que parecía poseedor de un recio cuerpo que, ¡que demonios!, no estaba dispuesta a desaprovechar. Y así, mandó a su doncella con recado al aposento del caballero, para que en el término de una hora, se presentara en sus aposentos. Si alguna cosa de valor faltabale al caballero, ya la pondría ella de sus artes, que al cabo, ya estaba acostumbrada a no hallar par semejante a sus dones.
Y es así, que en dando los cuartos de la hora transcurrida, presentose el tal Gañan de Trotes, en el aposento de la bella princesa. Con sumo cuidado, pues la puerta ya estaba entornada, entró el caballero.
- ¿Mi bella dama, estáis despierta?
- Y que otra cosa si no. ¿Acaso no os he mandado recado de venir?. Porque, a buen seguro, si no lo hago yo, roncando estaríais ahora mismo ¿no?.
- A fuer que tenéis la lengua viva y afilada, mi dama. ¿Acaso no os cambiarían en el nacimiento por la hija de un borracho tabernero y una descocada dama?.
- AH, veo que al fin, mis modales os han soltado un poco la lengua, ahora empiezo a ver a un bravo guerrero y no a un modoso palaciego, venid, venid, que el nido os aguarda, fiero león…
- ¡Que todos los santos se cubran las orejas!. Que lenguaje para una princesa… pero en fin, si rudeza es lo que deseáis, rudeza tendréis, por ¡San Crispin!
- ¡AH… eso suena a música celestial en mis oídos virginales!. ¡Venid, despojaos de vuestros sayos de una vez, y sentid el calor de una hembra en celo que ruge por vos, condenado!...
Ante tamaño empuje de la dama, el caballero, se apresura en desvestirse de forma tal que casi rasga las vestiduras. La princesa, ahora más que princesa, diabla, se retuerce de ganas contemplando la durezas y venas y músculos inflamados que las ropas descubren y, antes de acabar con las vestiduras, allá que esta ella, ahora palpo aquí, ahora poso aquí mi mano, con un deleite, que desmentiría toda la blancura de la suma de los cuentos de príncipes y princesas. No, no esta una princesa cualquiera, en más de un sentido, a lo que es de ver…
- Uy, pero que ven mis ojos, Caballero Gañan, que de músculos bajo los finos ropajes, ¿es todo vuestro señor?
- A fe mía que lo es, en un centenar largo de combates se forjaron.
- Uy, pero que huelen mis sentidos, si no es olor de macho cabrio en celo, caballero mió…
- Será por vos, por vos toda, mi dama, seguro es…
Y el caballero está ya, con unos sudores, que aumentan a medida que la princesa rasga sus propios ropajes, y su vista se deleita con las redondeces que ya los vestidos insinuaban pero que ahora son ya visibles… y en estas que el caballero ya boquea como corcel fustigado al galope y la vista se le nubla, y es evidente que un deseo fiero le consume hasta el espinazo..
- Ah, si, mi bella dama, ¡seréis mía, al fin!
- ¡Serelo, serelo… pero ya, no os demoréis ya, caballero, que ya ni me acuerdo de la última vez que guste estos fuegos!…
y , en oyendo estas palabras, el caballero que se abalanza y la cubre y la estrecha entre sus musculados brazos y en suspiro de la bella, que el ariete encuentra su diana y penetra…..
- AAAAAHHHHHH!!!!!.....
Y aquí acaba la cosa.
El caballero tal cual ha entrado, se ha ido, y ha salido.
Y la dama que piensa “no, seguro que esto es un mal chiste” y le espeta.
- Caballero, ejem!.. ¿queréis hacer el favor de continuar?...
- ¿Cómo, no estáis satisfecha, mi dama, que aún queréis más?
- Bueno…
En la voz de la princesa, un atisbo de ironía se traza.
- No es bien bien, que desee más… es tan sólo que deseo a secas… ¿¡Pero como tenéis la desfachatez de decirme si aún deseo más, si acabamos de empezar y vos decís que ya se acabado y yo ni me enterado?!...
- Pero mi dama, ¿tan voluptuosa sois que no tenéis suficiente con una sola vez?
- ¡Lo que deseo es tener al menos, esa primera vez!, pero es que no os dais cuenta que ni me he enterado, ¡atontado estáis, pardiez!
Y, en fin, por ahorraros detalles escabrosos, que molestarían tal vez vuestros oídos, solamente he de contaros, que el tal caballero, hubo de salir, literalmente, con el rabo entre las piernas, en ese mismo momento del castillo, quedándose sin sueño ni manjares, por mor de no soportar la ira de la insatisfecha princesa.
Y cuentan, que fue tal el disgusto de la misma, que se prometió, que en adelante, antes de cruzar palabra siquiera con cualquier posible pretendiente, decidió probarlo primero en la cama, pues, dando por hecho que ninguno aventajaríale en sapiencia, la moza, al menos, contentábase con que contenta la dejase, quien pretender le pretrendiese. Y cuentan, que llegado a oídos de los caballeros del reino, fue tal la allegada destos al reino, que el poblado de los acampados, extendiese a leguas a la redonda, y cola hacían a la puerta del castillo, de tal guisa, que las puertas no pudieron en mucho ser cerradas. Todo lo cual, gran disgusto, por un lado trajo a la las vidas de los reyes. Pero, por otro, un gran alivio, porque, al menos, entretenida en probar pretendientes, olvidabase la princesa un tanto de sus estudios, y, tal aplicación llegó a tener, en esto de probar caballeros, que todo su mal genio esfumose una mañana y más y más hermosa aparecía cada alba, canturreando con un brillo en la mirada, al comprobar cuan larga era la cola de espera ante las murallas…
Y cuentan que, un cierto día, la princesa, llegó a dar, al fin con aquel que consiguió aplacarla en la cama. Pero este es otro contar, que dará para otra ocasión, espero.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.