sábado, 22 de septiembre de 2007

P...

P... fue la primera. Eso, dicen, siempre se recuerda. P..., tenía un cabello de rizos pequeños y apretados. Su carne era morena y olía a colonia de violetas. Subía mi nivel de testosterona hasta ahogarme los ojos. Recuerdo que con ella siempre estaba como el cañón de 55mm de un acorazado. Duro y tieso. La edad también tenía que ver, claro está. Recorría su cuerpo con una velocidad y un hambre, propía de un lobo hambriento y ella se dejaba hacer. Era su especialidad, dejarse hacer. Me perdían sus pechos, enormes y duros como rocas al mínimo contacto y la forma, y rapidez con que su sexo se humedecía. Lo mejor que recuerdo de estar con ella, es el momento en que me adormecía acunado en su trapecio, con la mano dentro de su húmedo sexo. La sensación de despertar en la mano y su olor es algo que no olvido. Tampoco olvido su voz, diciendome al oído "Estoy mojada". Me dejó por un controlador aéreo. Hizo bien. Yo solo puedo volar con las palabras.