miércoles, 24 de octubre de 2007

La isla de la flor blanca.

“Hay en esta isla un bosque de lujuriosa vegetación tropical y un arroyo de cascadas y remansos discurre por la fronda y se pierde, antes de llegar a licuarse con el mar. Al Norte se elevan los riscos en altos farallones, que van perdiendo su altura hasta orillar en una playa de arenas blancas, finas y cálidas. Un mar de aguas turquesas, se abate contra la tierra de esta isla, con fiereza en el Norte, suavemente al Sur.

Cuentan las viejas historias que esta isla no puede situarse en latitud alguna de los mapas. Que esta isla se encuentra en el corazón de todos los hombres, en el justo centro de la ruta de todas las Itacas. Y esa ruta lleva grabadas a fuego las coordenadas en el mismo corazón de los hombres que la buscan y la ansían. Que es, por tanto, una isla difícil de hallar, si el hombre no aprende, primeramente, a leer dentro de si mismo. La tarea es ardua, pero la recompensa, cuentan, vale el esfuerzo. Esta isla marca el inicio de una basta polinesia de diminutas y bastas islas, que conducen, al final de la misma, a la preciada Itaca de cada hombre.

Por los mismos motivos que la ruta no existe si no en el corazón de los hombres, el número y tamaño de las islas que forman esta polinesia, varía también de hombre a hombre, en función de cuales son sus sueños y cuales son los vientos y la fuerza de los mismos, que soplan a favor de esos sueños.

Cuentan las viejas historias que la importancia de hallar esta isla, radica en la rareza de quien la habita y del tesoro que en ella puede hallarse.

Cuentan que al Norte, habita una mujer, menuda y fuerte, de piel algo tostada por el fuerte sol de las alturas, de cabello negro y fuerte como su mismo cuerpo. Su voz es clara y fuerte también y en la inmensidad de sus hermosos ojos, se refleja la luz de todas las mañanas. Se mueve ágil como una pantera entre la espesura y vive desnuda pues nunca conoció el significado de la impudicia. Cuentan que si un viajero logra verla, ya puede considerarse afortunado. Pero si ese mismo viajero, tiene la suerte de despertar a su lado en la espesura, pueden ocurrir dos cosas: Si sus intenciones no son honestas y su corazón no es limpio, al mirar a los ojos de esta mujer, verá reflejada toda su vergüenza y perderá todo rastro de cordura. Si por el contrario, sus intenciones son honestas y su corazón es puro de intención, beberá de sus ojos el néctar de una paz infinita, que dará fuerza a su cuerpo y al motivo de sus viaje.

Cuentan que al Sur, en el límite de la espesura, entre las últimas palmeras, habita otra mujer. Su cuerpo menudo es de líneas más suaves, pues se crió al calor y la sensualidad de estas playas de blanca arena, de la que tomo el color de sus cuerpo, y de estas aguas turquesas, que dulcificaron su corazón y dieron forma a la espuma de su cabello. Su voz es cálida como el sol que baña la arena y en sus ojos se refleja toda la astucia que aprendió en sus noches de luna. Se mueve por el palmeral con la agilidad y la elegancia de una gacela y, al igual que la mujer que habita el Norte, vive sus días desnuda. Afortunado aquel viajero que pueda vislumbrarla en el horizonte. Pero si ese viajero tiene la suerte de despertar a su lado, puede correr la misma suerte que correría con la mujer del Norte.

La mujer del Sur y la mujer del Norte se alimentan de cuantos viajeros arroja el mar a sus playas. Su cuerpo y sus sueños son su alimento.

La mujer del Norte y la mujer del Sur, raramente comparten sus noches con un mismo viajero, pero, cuando esto ocurre, cuentan las viejas historias, las estrellas palidecen por la luz que esa noche, habita la tierra de los mortales. El viajero que tiene esta suerte, puede considerarse un mortal bendecido por los dioses, no tan solo por la suerte de su cuerpo esa noche, si no porque, al despertar, no tendrá nada que temer. La mujer del Norte y la mujer del Sur, le besarán dulcemente antes de perderse en la espesura de sus dominios, dejándole al viajero el más extraordinario de los tesoros.

Sus besos de la noche habrán hecho germinar la semilla de una blanca flor, en el corazón del hombre. En esa flor, con aroma a Salvia y Vainilla y todas las especias de la tierra, está marcada la ruta hacia la tan preciada Itaca. Esa Itaca, única en el corazón de cada hombre. Esa Itaca que dicen, habita los sueños de cada hombre.

Os cuento esta vieja historia porque este hombre tuvo la suerte de arribar al puerto de esta isla. Y allí encontró a las dos mujeres y yació con ellas. Y aunque las jornadas ya han pasado, aún me alimenta el sabor de sus besos y el calor de sus cuerpos, y la rara flor blanca, perfuma mis mañanas...

- Hola soy la mujer del Norte.
- Hola soy la mujer del Sur.

Así dio comienzo el tiempo que este viajero errante habitó la Isla de la Flor Blanca...

Así dio comienzo el sueño de mis sueños...”