lunes, 10 de diciembre de 2007

Hijo de la luna....

A falta de poder concretar cual es mi primer recuerdo, este es uno de ellos...

Es noche de verano. Hace calor, mucho calor. Tanto como para que los niños estemos apenas en pantalón corto y, los más descamisados. Muchos descalzos. Estamos en la era, donde todo el pueblo esparce el trigo y las mieses, sobre la explanada de piedra. Este es trabajo de hombres. Una cuadrilla esparce con las grandes horcas de madera, las haces por el campo. Luego un hombre, montado sobre el trillo de madera, con el fondo claveteado de puntas de silex y tirado por una yunta de mulas, va dando pasadas por encima de ellas. Venga vueltas y más vueltas. Cuando las mieses ya están lo suficientemente roturadas, la cuadrilla de los hombres con las hoces, aventa las mieses al aire. El mismo aire separa la paja del grano, que se se va amontonando pacientemente. Luego otra cuadrilla lo va recogiendo con celemines de madera y lo guarda en grandes sacos de yute. A la mañana siguiente vendrá el hombre del gobierno con la romana, pesara el trigo y pagara a cada uno su parte. Pero eso sera mañana. Esta noche, pese a que es duro el trabajo, el pueblo esta de fiesta. Es la fiesta de la cosecha y el olor del dinero por llegar. El fruto de otra estación más.

Las mujeres, apartadas, pero alrededor de la era, están cocinando grandes perolas de migas, se fríen morcillas y chorizos, y tocino. Alguien a traído un queso y el alcalde ha aportado un par de jamones, corre el vino turbio en abundancia y el agua clara. Es noche de fiesta. Los cantos se suceden. Los chascarrillos son continuos. Hay alegría en los cuerpos y va a durar hasta bien entrada la madrugada. Los chiquillos, gozosos por la novedad de poder estar despiertos hasta que apetezca, corremos todas las calles, todos los rincones y reímos con los juegos de las tardes ahora traspasados a la noche...

Avanza la noche. Los más pequeños van cayendo rendidos y sus madres los acogen en jergones junto al fuego. Los mayores resistirán hasta el final. Los medianos intentamos lo mismo pero en vano. Con el avance de las horas somos los menos.

Yo, rendido de juegos y morcilla y migas y sueño, estoy en el último de los juegos. Un escondite ingles rápido, porque apenas quedamos cuatro o cinco zagales. Estoy escondido entre el marco de lo que antaño fue la ventana de una casa. De pronto un ruido me llama la atención. Mi rostro se gira hacia arriba. Un gran lagarto verde esta cruzando por sobre las viejas vigas de madera que sostuvieron lo que debió ser un buen techo. No me sorprende el lagarto. Estamos acostumbrados a verlos en el campo. Pero mi mirada queda cautiva de otra cosa que jamas antes recordaba haber visto. Una luna llena, grande, panzona, luminosa, con lo que parece una sonrisa dibujada, gravita sobre mi, sobre la casa, sobre la era, sobre el pueblo y el paisaje entero...

Y yo que jamás antes la había visto, porque los niños se van a dormir temprano, me quedo embobado mirando esa luna grave, inmensa, blanca, que me sonríe. Es la cosa más bonita que nunca he visto y me hechiza. Me olvido del juego, me olvido de los otros chiquillos, de los mayores, del fuego, de la era... del tiempo... y me quedo acurrucado en el alféizar de piedra una eternidad, mirando hacia el cielo... y con ese mirar descubro descubro todo un millar de estrellas brillantes, fuera del haz de luz que la luna refleja....

Hay otra vida por encima de mi cabeza y ahora soy consciente de ello...

Cuando el sueño esta a punto de vencerme, me acerco hasta donde están mi tía y mi abuela. Quiero que me acuesten en el jergón. Ella me rodea con sus brazos y seca el sudor de mi frente sobre mi cabello...

- ¡Tía, tía... he visto la luna.. Es muy grande y bonita y me esta sonriendo!...

La luna me enseño a mirar. Que mejor maestra pude soñar.