viernes, 30 de noviembre de 2007

La noche da sentido...

La noche llena de sentido muchas cosas. trae pensamientos nuevos a los ya conocidos. Respuestas a las viejas preguntas de siempre; ¿Quien soy? ¿de donde vengo? ¿a donde iré a parar?. Esas preguntas que nacieron con el raciocinio del hombre y con el moriran, si no hay remedio.

La falta de sueño que sobreviene tras la noche en vela y de trabajo. La fatiga bienhechora, esa anestesia de todas las cosas, menos del deseo de un sueño reparador, que nunca lo es durmiendo de día. Esa suerte de laxitud en el cuerpo que permite a todas las murallas y todas las defensas, relajarse un tanto. Lo suficiente para dejar un resquicio de lúcida cordura o un atisbo de locura con sentido del lugar y del deber...

Eso ocurre en esas horas del atardecer que son el amanecer del resto...

Así como hoy, que mientras me preparo un café instantáneo, me dá por mirar por la ventana a ese mundo que muere y nace, como hoy lo hace, en una fría y limpia mañana de azul metálico. Sin resquicio de herida de nubes, sin la más mínima brisa. Con el sosiego que la helada da a las cosas y las personas. Una de esas mañanas que estan hechas solo para las cosas sencillas, como amar, tomar café, leer un libro, fumar un cigarrillo. Una de esas mañanas en que (no sé bien porque pienso esto) no deberían darse ni recibir noticias que hieren y hacen mal, o por contra, en que el cuerpo presiente que va a recibir la peor de las noticias posibles y menos deseada...

Como que el enemigo hará su carga ahora mismo, abligándonos a una defensa desesperada y quizás la última. O que esa carta llega y no queda más remedio que abrirla para saber, cuando eso ya no importa, porque saberlo no va a ayudar en nada a curar las heridas, de los comos y porques. Quizás tambien los donde...

En una mañana así como esa, como esta, es cuando me detengo a mirar más allá de la opacidad del cristal. Veo las cosas del otro lado. Casi puedo sentir el tacto frío en mis manos de las diferentes texturas; El metal hierro de la verja del aparcamiento, el metal acero inoxidable de las farolas, la piedra granito de la fachada, la piedra cemento del panot de la acera, el orrmigón alquitran del asfalto, el verde húmedo y suave del cesped recortado, el verde húmedo y aspero de las hojas de palma, el verede húmedo breve de los tallos de adelfa...

Y es así y ahora que llega el pensamiento, la idea, como una certeza, tan real y tan viva como el tacto de la helada sobre todas las cosas... ¿Cuantos centenares de noches he desperdiciado lejos de unos brazos amantes en aras del sacrificio del trabajo de los esclavos?...

En este momento sé que han sido y serán, probablemente, demasiadas...

En una mañana así, en que sólo debería haber espacio para cosas sencillas, esa certeza, es sentida como una pérdida, pero, tras una nueva lectura de la misma, esta pierde todo resquicio negativo y queda tan solo en lo que es. La constatación del paso del tiempo. Ni mejor ni peor... mi vida...

El café está listo. Ha pasado otro minuto. Un minuto lento y helado en este caso. Pero no exento de calma y de ternura.

De la calma que dan los años de vida.

De la ternura que da el amanecer. La suma de todos esos amaneceres...