viernes, 28 de diciembre de 2007

Lobo (2)

La niña me sonríe, a pesar de la tristeza de su rostro. Me ofrece una flor que, seguro, ha arrancado del mismo campo donde estamos. Le doy las gracias, y la cojo. Llevo los guantes puestos. No deseo tocarla sin ellos. Es demasiado joven. Me vuelvo y deposito la flor sobre el ataud que hay en tierra. Estoy llorando. Una lagrima cae sobre el ataud. Me levanto. Suena la trompeta en despedida. Mi cuerpo, autómata, se cuadra en saludo militar. Una… dos… tres salvas de fusil borran el silencio. El etaud es introducido en la zanja. ¿Todo ha terminado?. No, debo hacer el honor de hechar la primera palada de tierra sobre el ataud. Eso se espera de mí. Pero yo no puedo hacerlo. No puedo hacer algo tan frio como eso. Me quito los guantes. Entierro mis manos en la húmeda y esponjada tierra. Me llevo ese puñado de tierra a los labios. Mis lágrimas mojan la tierran…

No puedo parar de llorar…

Estoy lleno de rabia y de dolor…

Caigo de rodillas…

Finalmente tiro el puñado de tierra sobre el ataud…

Y con el mis guantes….

Sigo de rodillas, llorando, contemplando la flor, la tierra, los guantes… tu ataud…

Ha comenzado a llover…. la gente reunida alrededor, poco a poco, se marcha… finalmente estoy sólo y hago lo que hasta ese momento he querido hacer… grito… grito de rabia…. grito con todas mis fuerzas… grito hasta que las cuerdas vocales me dulen… grito hasta quedarme sin voz… grito hasta que el grito se pierde, confundido con el llanto… y cuando ya no puedo gritar más, aún sigo allí, al lado de tu tumba, llorando sin consuelo y sin esperanza… y allí me quedo hasta dejar caer la última de las lágrimas que pude llorar por ti…

Luego, ya entrada la noche, me levanté y salí caminando del cementerio. Había cesado la lluvia y arreciaba el frío. Estaba empapado y temblando. Pero no recuerdo el frío, ni la humedad… No recuerdo nada que no fuera esto… Cualquiera con quien me hubiera cruzado aquella noche, mientras volvía caminando a casa, podría haberme confundio con un perro apaleado y sin dueño, vagando por la ciudad…

Y confundido es la palabra… porque el que se habia levantado del lado de aquella tumba, aquella noche, era yo, pero otro yo… y no era un perro apaleado… sino un lobo herido y sediento de sangre…

Hace ya tres años de aquella tarde. De tu muerte y de la tristeza y la colera de tu entierro. Tres años que parecen no haber transcurrido en esta ciudad que es la misma de entonces. El que ha cambiado soy yo. No queda nada de aquel que fui a tu lado. No queda nada de aquella alegría y de aquellas horas que fueron pura vida. Tan solo su recuerdo. Y de ese recuerdo me he alimentado estos tres años. Para no olvidar. Para no olvidarte. Para no olvidar que fue aquello, bueno y hermoso, que nos fue arrebatado. Para no olvidar que es aquello por lo que alguien ha de pagar…

En esto estoy pensando, cuando doy vueltas a la llave en la cerradura de la puerta de la que entonces, hace tres años, fue nuestra casa. Nuestro hogar…