martes, 13 de noviembre de 2007

Un digno entierro (en alegoría marina)

"Hace unos años, este marino, cansado de su singladura errante, arribó a un puerto nuevo. La ensenada tenía el calado justo para sus naves, ofrecía un buen abrigo frente a los fríos vientos del Norte y del Este. Su longuitud y latitud, lo situaban muy cerca del ecuador, pero tampoco en su centro, con la perspectiva de unos suaves inviernos y unos cálidos veranos. El puerto era de fina arena donde las olas rompían suavemente. Unos metros más allá, la arena se fundía en un espeso verdor, floreciente de vida. Y este verdor se remontaba hacia unas suaves colinas, desde donde llegaba, nítido, el crepitar de la vida y el correr de los arroyos.

La seguridad de haber encontrado el hogar, llenó de felicidad el cuerpo cansado de este marino errante. Echada el ancla, este cuerpo se dispuso a recorrer aquella extensión de tierra y, satisfecho, comprobó que se trataba de una isla, con las proporciones justas para albergarle para el resto de sus días. Así, dedicó su tiempo a recorrerla y dar nombre a cuantos lugares encontraba.

Después de esto, tornó sus pasos. Pacientemente desarboló sus naves, desmontó sus cuadernas, arrió las velas, todas ellas, desde el trimquete a la mayor. Deshizo cabos, nudos y cordadas. desmontó el timón y la caña. Perdió en el mar su ancla. Y cuanto tuvo en tierra cuanto creyó necesario para instalarse en su nuevo hogar, roció con pez el cascarón hueco de lo que antaño fue una poderosa armada y, sin mayor pesar, prendió fuego a sus naves. A todas ellas. Ni una mala chalupa dejó amarrada. No tenía este marino, pretensión de recorrer máscamino por el resto de sus días. Cuando el fuego prendió las naves, este marino cortó las amarras para dejarlas perderse mar adentro, a merced de las corrientes. Durante toda la jornada y toda la noche, la antorcha de las naves se fue consumiendo y perdiendo en el horizonte. Durante toda la jornada y toda la noche, este marino festejó aquel entierro vikingo con la alegría en su pecho, mientras las cuadernas, alimentaban un hermoso fuego, que calentó su cuerpo hasta bien entrada la madrugada.

Al despertar, este marino comprobó que, en medio de la alegría,el fuego había calcinado todas sus provisiones y él mismo se había salvado, casi por milagro, de la quema. Todo cuanto quedaba, pues, eran cenizas y una vasta región de tierra ante sus pies...

El resto de la historia ya la conocemos. Es una historia antigua. Millones de veces repetida. Millones de marinos, antes que este, ya hicieron esa ruta, probaron esa suerte, estas mieles y esta derrota...

Pero no hay queja. Yo mismo, voluntariamente, escogí este camino. Fueron mis manos las que desmontaron una a una mis naves, prendieron fuego a los cascarones y cortaron las amarras. Fue mi corazón el que decidió que ni una sola quedara a salvo. Que no existía una razón para querer abandonar aquel puerto ni aquella isla. así, cuando los monzones se abatieron, uno tras otro, sobre este cuerpo desnudo y desprotegido, abatiendolo con toda su fuerza, aún en medio del peor de llos, una sonrisa iluminaba mi corazón. Estaba ahí y en esa situación porque yo lo había decidido. No había lugar para la queja.

Después de todos esos avatares, llegó el tiempo de reemprender el camino.

Durante un tiempo, pacientemente, con las pocas fuerzas de que disponía, este cuerpo agotado, ha tallado algunos troncos hasta desbastar de ellos unas cuadernas. Y estas rudas cuadernas, unidas con el sudor del trabajo y las lágrimas de la derrota, se han transformado en una primitiva nave con la que aventurarse a cruzar nuevamente los mares en busca de nuevos puertos. Las jarcias las he trenzado con la experiencia que ha teñido de canas mi cabello. La vela, son jirones de piel misma, dejada por las esquinas de estos años de monzones. Para coserla, he usado mi último tesoro. Un hilo de bramante dorado, con el que borde el nombre de esta isla en mi mismo corazón. Es la parte más dificil, pues a cada despunte del hilo dorado en mi corazón, este responde con gruesas gotas de sangre, tiñendo así, con cada nueva puntada, de púrpura laextensión de esta nueva arboladura.

Y así la nave esta a punto de ser botada. Es una nave extraña y a un tiempo, magnífica. Su casco, teñido de experiencia, devuelve un fulgor de plata a los ojos. La arboladura es de un púrpura intenso que hiere la mirada. Si hizara sobre ella el pabellón negro de la calavera, sería una hermosa nave para aterrorizar las aguas. Pero no es este el caso. Sobre esta nueva nave, he izado un pabellón de plata, bordado con una sonrisa y un lema, "Scripta Manent". Lo escrito permanece...

La nave descansa sobre las aguas, embebiendo, pacientemente las cuadernas para sellar su casco. Durante unas jornadas aún, he de dedicar mis pocas fuerzas a aprovisionarla. Cuando todos los trabajos hallan concluido, la nave estará lista para ser botada, y este marino, listo para partir de nuevo, quien sabe hacia que puerto, quien sabe hacia que avatares...

En la espera, dedico unas horas a dar un digno entierro a todas las cosas vividas estos años. Las he vivido a conciencia y por decisión propia. No hay motivo de queja. Mi corazón esta cicatrizando el nombre grabado en él. esa marca no se borrará nunca y siempre habrá una sonrisa y un hermoso recuerdo para este nombre. Queda la parte más dura. Despedirme de la isla que ha sido cobijo, tierra y Norte durante todo estos años de vida. lloraré sobre cada parte de ella, sobre cada uno de sus recuerdos. Porque, pese a todo, es mi tierra amada. Y besaré cada uno de sus rincones, antes de searle la mayor de las fortunas en esta vida. Y rezaré para que este marino no naufrague, antes de volver a reencontrar su hermoso horizonte. Y soñaré para que quien la habite, lo haga con la misma sencillez y la misma delicadeza que asi lo hizo este marino. Porque, pese atodos los monzones, esta tierra amada, es digna de toda alabanza...

Luego, dedicaré unos minutos a llorar suavemente por las cosas que guardo y no deben ser públicas. para esto, permitidme, haré un aparte, lejos de cualquier mirada. Son lágrimas privadas...

Yo he visto nacer y morir la luz del Sol en muchas tierras. He visto cosas que vosotros no creeríais. El llanto en medio de la felicidad más absoluta. La sonrisa en medio de la miseria más profunda. Y no quiero que todas esas cosas se pierdan como lágrimas en la lluvia. Es hora de renacer.

Para todos nosotros, marinos, islas, naves y monzones..."

Y diciendo estas palabras, el marino arrojó unas monedas para pagar sus tragos y se alejó, cubriendo con su capote su rostro, hasta perderse entre las nieblas que cubren la dársena del puerto...